Todavía lo recuerdo. Estaba a punto de confirmarme y ése había sido el texto que había usado Antonio, el catequista. Con lo que había ahorrado de mi paga fui a San Pablo y lo compré: "Ser cristiano" de Hans Küng. Me lo bebí nada más llegar a casa. En mi rebelde adolescencia fue una luz. Luego seguí leyendo cosas suyas, hasta que fueron entrando otros autores. Guardini, Ratzinger, Chesterton... y me di cuenta de que la mercancía de Küng era siempre la misma y que olía un poco a rancia.
Pasaron los años y seguía oyendo hablar de él, de su rebeldía de abuelo cebolleta, de su filosofía de todo a cien, de su ecumenismo paniaguado... el mito del adolescente había mostrado sus miserias y no era capaz de taparlas. Críticas al magisterio y al papado desde la soberbia de creerse infalible porque sí, porque él lo vale.
A pesar de todo eso me apena que no sea capaz de afrontar con dignidad el final que le espera, que a pesar de su demagogia no haya sido capaz de rodearse de gente que haga que su vida valga la pena vivirla a pesar del Parkinson. El gesto de plantearse el suicidio se me asemeja al del dinosaurio que, para no sufrir corre para ponerse justo debajo del cometa.
Espero que al final no lo haga y no le dé definitivamente la espalda a ese Dios que fue degradando hasta hacerlo irrelevante ante su figura de dinosaurio achacoso.
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